En un bosque muy extenso, había un manzano que contemplaba cada noche el majestuoso cielo estelar.
Su imaginación volaba a años luz y de día suspiraba en la verde pradera:
-¡Cómo quisiera ser estrella!- exclamaba.
Viendo a las aves ascender en el cielo, les preguntaba:
-¿Dónde duermen las estrellas de día? Las aves se sonreían. – No, pequeño manzano. Las estrellas están en el cielo día y noche, pero la gran luz del sol no nos permite divisarlas.
El pequeño manzano se quejaba interiormente: ¡Yo quiero ser estrella!- Y se la pasaba preguntando a todos los animales y plantas: ¿Las estrellas vuelan?, ¿Duran para siempre?, y todo lo referido a ellas.
El tiempo pasó, y el árbol crecía. Sus raíces se volvieron profundas; su tronco muy firme con grandes hojas en la copa, hasta que dio ricos y jugosos frutos.
Un día de un caluroso verano, una familia que estaba de vacaciones, se refugió bajo su enorme sombra.
En medio de la charla, los hijos preguntaron qué tan lejos estaban las estrellas de allá.
El padre respondió:
-¡Muy cerca, casi que las estamos tocando!
Los niños no entendían, pero luego el señor tomó una manzana del árbol y la cortó horizontalmente, sin separar los pedazos.
El manzano, como curioso que era, se asomó y prestó atención a la explicación:
-Las estrellas están en todas partes, en el cielo y en la tierra.
¿Pero cómo? – preguntaron los niños.
El padre abrió la manzana y del centro salió una perfecta estrella.
El árbol, maravillado por ese momento, sintió como se le removió toda la sabia de su cuerpo y se dio cuenta, que en su corazón, se formaba la imagen de una única y verdadera estrella.
Desde ese día, el manzano se sentía con una galaxia entera de estrellas en su interior.
Este cuento nos lleva a reflexionar en lo profundo de nuestro ser, aquel que lleva todo lo necesario para ser feliz y encontrar un sentido verdadero a nuestra existencia y mantener nuestra luz interior.
Autor anónimo
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